Mi viaje al cielo en
el año de 1988.
Por mucho tiempo luego de que tuve esta
experiencia casi no hablé acerca de ella con
nadie, hasta que el Señor comenzó a permitirme
compartir algunas partes. Este viaje me ayudó a
entender al cielo como algo tangible, algo
físico. Es un lugar real. Ahora comprendo que el
cielo es un hecho.
La descripción del cielo es una profecía. El
Señor tiene cosas maravillosas reservadas para
nosotros en el cielo y en la Tierra. Él bendice
abundantemente a aquellos que lo conocen, lo
aman y lo obedecen. Él dijo: "Díganles que
voy a regresar". Me llevó al cielo para
decirme precisamente eso. Allí pude ver la
tremenda compasión que siente por aquellos que
no lo han recibido como su Salvador. Volví más
apremiado que nunca a contarle a la gente acerca
de Él.
Mientras lea, juzgue esta
profecía por sí mismo. ¿Se alinea con su
espíritu? ¿Se siente ministrado por ella? ¿Trae
fruto a su vida? Si lo hace, entonces sabré que
usted querrá decirles junto conmigo que ¡Él va a
regresar!
Mi viaje al cielo
En agosto de 1988 yo estaba predicando en una
reunión de avivamiento en el Centro Cristiano de
Magnolia (Arkansas); me hospedaba en un hotel
llamado Best Western.
Una mañana, el pastor me llamó y me dijo que
pasaría por mí al mediodía para almorzar. Cuando
desperté esa mañana sabía que algo inusual iba a
suceder ese día. El pastor llegó y cruzamos a un
restaurante al otro lado de la calle.
Inmediatamente después de pedir nuestro almuerzo
sentí que debía regresar a mi habitación.
Enseguida le dije al pastor que me disculpara,
que no quería ser descortés con él, pero que
algo estaba sucediendo, yo no sabía qué, pero
debía regresar al hotel.
No tenía idea de lo que acontecía, así que
estaba listo para comenzar a orar y permitir al
Espíritu Santo que intercediera.
De pronto me sentí succionado, como si algo me
estuviera sacando fuera del cuarto. No me di
vuelta para ver cómo dejaba mi cuerpo físico,
como algunos han descripto en circunstancias
similares. Sentí un ruido y fui sacado del
cuarto. No sé si estaba en mi cuerpo o fuera de
él.
Sabía que había dejado el cuarto y que me
desplazaba a una velocidad increíble, como
siendo remolcado. Era como un carruaje sin
caballos, pero no uno de esos que vemos en las
películas, era completamente cerrado y podía ver
la ventanilla que se desplazaba rápidamente,
pero no podía saber qué era lo que lo conducía.
Entonces miré hacia arriba y vi un ángel a
quien le pregunté: -"¿Adónde vamos?"
Me dijo: "Tienes una cita con el Señor Dios,
Jehová".
De repente sentí que el carruaje comenzaba a
detenerse, hasta que paró. Cuando la puerta se
abrió experimenté lo más tremendo de mi vida:
¡Estaba en el cielo!.
Siempre pensé que cuando fuera al cielo iba solo
a ver una ciudad. Pero el primer lugar que vi
fue el paraíso. El paraíso es un lugar grande
que rodea por completo a la Santa Ciudad. Es
como estar en otro planeta.
Me arrojé al suelo y comencé a adorar a Dios;
decía: "¡Gloria a Dios!"
Mientras me paraba, vi luz, luz que nunca había
visto en toda mi vida. También valles muy
hermosos, muchas montañas y corrientes de aguas.
Vi nieve, aunque no hacía frío. Yo estaba
sorprendido.
Había unas flores en el cielo que nunca en mi
vida había visto con fragancias que no había
conocido antes.
Era una tierra hermosa. Los árboles estaban
alineados a lo largo del río de la Vida en su
curso, que fluía desde el paraíso. Miles de
personas estaban paradas por todos lados debajo
de los árboles. Todos ellos habían sido llevados
allí en esos carruajes como el que me llevó a
mí.
Todo parecía dirigirse hacia al trono de Dios en
la Ciudad Santa, la cual podía divisar en la
distancia. Su Trono estaba levantado sobre un
lugar alto y podía ser visto desde cualquier
dirección.
Yo todavía tenía mi ropa
puesta, jeans y una camisa, pero pude ver que
los que descendían de los carruajes lucían unas
togas muy hermosas. Ni bien bajaban del carruaje
se dirigían hacia la Ciudad Santa y hacia el
Trono mientras gritaban alabando a Dios.
Después me mostró un río limpio de agua de vida,
resplandeciente como cristal, que salía del
Trono de Dios.
En medio de la calle, y a cada lado del río,
estaba el árbol de la vida, que daba doce clases
de frutos, y los daba cada mes y las hojas del
árbol eran para la sanidad de las naciones.
Cuando comencé a sentirme débil, el ángel se
dirigió hacia uno de los árboles, tomó de sus
frutos y me los trajo. No sé qué clase de fruta
era.
El ángel me dijo: -"Come de esta fruta y podrás
soportar la gloria de Dios". De manera que la
comí y fui fortalecido al instante.
Mientras caminábamos yo quería verlo todo.
¡Entonces conocí a Abraham!
El ángel me preguntó: -"¿Tienes sed?"
-"Sí", le dije.
-"Te conseguiré algo para beber", me contestó.
Del otro lado del río había un hombre. Vi que
tenía una copa de oro en su mano, la cual
sumergió en el río. Me llamó la atención el gran
porte de este hombre. Parecía tener muchos años,
pero al mismo tiempo lucía joven. No tenía
arrugas en su cara y era obvio que era un
patriarca. Cuando lo vi, supe en mi espíritu
quién era y pensé: "Ese es Abraham, y yo soy su
simiente. Si no fuera por él yo no estaría
aquí".
Seguí observando cómo Abraham se acercaba a
nosotros, me dio la copa y dijo: "Bebe esto,
Jesse". Yo no podía quitar mis ojos de él.
Me dijo: "Bebe de esta agua, va a ayudarte".
Sentí una sensación muy refrescante. Y aparte de
esto me fue servida en una copa de oro.
Luego, le dijo al ángel: "Llévalo, debe
presentarse delante del Dios Altísimo".
Yo quería seguir conversando con Abraham, pero
me dijo: "Nos volveremos a ver. Debo ir a
encontrarme con los otros que han venido a esta
tierra de bendición".
El ángel dijo: "Debemos llevarte a la ciudad
donde tienes una cita". Entonces nos pusimos en
fila junto con los otros y comenzamos a marchar
hacia la ciudad.
Mientras caminábamos, nos acercamos a senderos
cubiertos de flores. Su fragancia y belleza
estaban más allá de la comprensión humana. Al
principio yo no quería pisarlas, pero el ángel
me dijo que podía hacerlo. Me sorprendí mucho al
ver que no se aplastaban al caminar sobre ellas.
Entonces entendí que no hay muerte en el cielo.
En vez de aplastarse cada pimpollo volvía a
abrirse y era como si giraran mientras pasábamos
junto a ellas como para que no perdiéramos de
vista su belleza. También observé que no había
hojas marrones o secas en ninguna planta.
Tampoco hay polvo en el cielo. Nada se rompe o
corrompe allí.
Al caminar con el ángel noté que mi cuerpo no
hacía sombra. Seguí mirando al suelo y él me
preguntó: "¿Qué estás buscando?"
-"No tengo sombra."
- "En este lugar -me dijo- no hay oscuridad.
Dios es luz y en Él no hay oscuridad ni sombra
de cambio."
Yo le dije: -"Espera un momento, déjame ver si
puedo hacer sombra".
"Te dije que no hay oscuridad. Este es un lugar
de luz, todo luz. Dios rodea y abarca todo."
Miré hacia las montañas, hacia los arroyos y en
toda dirección; trataba de encontrar una sombra,
pero no pude hallar oscuridad de ninguna clase.
Todo era luz, y la luz era un fenómeno que iba
más allá del razonamiento humano.
Había una fragancia en el aire, así que le
pregunté al ángel: "¿Qué es ese olor?"
Me dijo: -"Es la fragancia de Dios. Él está en
cada cosa presente en este lugar". Entiendo que
se refería a que esta fragancia podía percibirse
en todo el cielo.
Una vez más, caí sobre mi rostro en adoración y
comencé a alabar a Dios. El ángel se unió a mí.
De pronto vi una luz que salía de la ciudad. Se
encontraba muy lejos de mí. Entonces comprendí
que se trataba de Jesús.
El ángel me dijo: -Debemos ir a la ciudad".
Mientras caminábamos hacia la ciudad llegamos al
muro de jaspe, como se describe en el libro de
Apocalipsis. El muro era inmenso.
El ángel me dijo: -"Ven pronto, debes
presentarte a tu cita".
Subimos de nuevo al carruaje y entramos a la
ciudad.
Una vez dentro de la ciudad vi el Libro de la
Vida. Es grandísimo, mide como un metro ochenta
de alto y cinco centímetros de espesor.
Pareciera estar encuadernado en lamé dorado.
También tiene una inscripción grabada en su
tapa. Había gente alrededor del libro, pero no
sé qué estaban haciendo ya que el ángel no me
permitió detenerme allí.
De pronto el ángel detuvo el carruaje
abruptamente y me dijo: "Arrodíllate, Él está
aquí".
Para mí, su apariencia era la de un haz de luz.
¡Tan glorioso!
Se volvió hacia mí y caí a sus pies.
- "¡Oh, Dios!"- le dije reverentemente.
- "Aquí estoy"- me dijo.
Mientras estaba de rodillas noté que los pies de
Jesús lucían como bronce bruñido. Pude ver los
agujeros en sus pies. Eran tan grandes, (como de
dos centímetros de diámetro) que pude ver luz a
través de ellos. Me di cuenta, entonces, cuán
grandes habían sido los clavos con los que lo
clavaron a la cruz.
Me puso la mano sobre el hombro y me dijo: -"Jesse,
ponte de pie".
Me paré y lo miré. Había un brillo que manaba de
Él como olas de gloria. Luz salía de su rostro.
Sus ropas eran hermosas, lucían como hechas de
resplandecientes y destellantes diamantes.
Cuando me miró, la gloria de Dios emanó de Él.
-"¡Jesús!"- le dije.
Simplemente me contestó: -"¿Te gusta este
lugar?"
Le dije: -"Sí, Señor."
-"Quiero que regreses y le digas a mi pueblo que
regreso."
-"Pero no me creerán", le dije.
-"Durante siglos no lo creyeron, pero vine; y
regresaré."
Luego puso su mano sobre mi hombro. Nunca lo
olvidaré. Me miró y dijo: "hay cosas que
deberías ver y aprender aquí, pero te he traído
para decirte que vayas a decirle a mi pueblo que
regreso".
Entonces le respondí: -"¡Ya lo saben!"
-"No, no lo saben. Te traje para que vuelvas a
decirles que regreso. ¿Me oyes? Regreso. Ve a
decírselo."
Quizás te preguntes cómo luce Jesús. Cuando lo
miré vi amor y ternura. La gloria de Dios emana
constantemente de Él. Sus ojos son como
estanques de amor y tiene el color de la luz.
Cuando extiendes tus brazos para abrazarlo, Él
tiene una reacción automática: te toma en los
suyos. Él puede estar mirando a millones de
personas, pero sientes que eres el único a quien
mira.
Mientras conversaba con Él pude ver la compasión
que tiene por aquellos que no lo han recibido
como su Salvador. ¡Él me pidió que te diga
que regresará pronto!
Creo que esta es la razón por la cual no he
descansado en toda mi vida desde ese entonces.
Había tal urgencia en su voz... Debemos saber
que algo sucede en el cielo,
¡Jesús está pronto para regresar!
Quizás quieras ver a Jesús o ver el cielo; mirar
las flores que allí crecen y caminar por las
calles de oro. O quizás quieras ver el contorno
glorioso de la ciudad. Nuestra
mente natural no puede comprender lo que Dios
tiene reservado para nosotros. Por
ello necesitamos un nuevo cuerpo para poder
asimilar lo Dios tiene para nosotros en su santo
lugar.
Esta es la razón por la cual le quiero decir a
todos que deben recibir el hecho de que Jesús
murió en su lugar para que sus pecados les
fueran perdonados. He visto el cielo y sé lo que
nos espera allí. Por eso quiero ver a la gente
que confía plenamente en Jesús como el Señor de
sus vidas, para que disfruten las bendiciones
que el Padre tiene para ellos.
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